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8 de marzo, Día de la mujer, Día internacional de la mujer, Derechos, Igualdad, La voz femenina, Mujer, SONIA GONZÁLEZ, Soy mujer
Era su momento. Todos los días en los que Pedro volvía de trabajar a una hora decente, tomaba las riendas para acostar a sus hijas y leerles un cuento. No importaban las historias, o eso creía, lo importante flotaba en el ambiente de complicidad entre padre e hijas. Pero algo iba a cambiar.
– «… Y Blancanieves y el príncipe vivieron felices para siempre»… Y ahora a dormir.
La pequeña Paula alargó sus bracitos y se fundió en un largo abrazo con su padre.
Papi, ¿por qué siempre son los chicos los que salvan a las princesas?, ¿por qué no puede salvarlas una amiguita o su hermana o su mamá?
Ante la inesperada pregunta Esther, la hermana mayor, saltó como un resorte de la cama y abriendo sus expresivos ojos negros, se alió con Paula. Merecía la pena pedir explicaciones aunque sólo fuera para ganarle unos minutos a la noche.
– Eso papi, yo siempre hubiera preferido que me salvaras tu. Además todos los cuentos y las historias de la tele son iguales. Ayer vi en el cole El rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda y todos eran señores. ¡Yo quiero ser caballera!
Esther era una niña muy espabilada. A sus ocho años su poder de observación llegaba a sorprender a propios y extraños. Sus profesores la calificaban como un ser ávido por aprender, pero a su vez, capaz de revelarse contra lo establecido siempre y cuando ella creyera que no era justo o que simplemente llevaba demasiado tiempo así y había que cambiarlo. Al fin y al cabo eso era lo que él y su madre, les habían inculcado desde que vinieron al mundo. La pequeña Paula, a pesar de estar llena de ternura y desprender un halo de simpatía y alegría, seguía los pasos de su hermana muy de cerca.
Tras pensarlo unos segundos, Pedro decidió que esa noche iba ser diferente.
– ¿Sabéis una cosa? Tenéis razón. Levantaros de la cama porque hoy vamos a reescribir la historia. Hoy en casa vamos a tener La corte de las reinas Esther y Paula y sus caballeros y caballeras de la mesa cuadrada.
A Pedro casi le faltó tiempo para terminar la frase cuando ambas niñas estaban ya de pie delante de él, dispuestas a cambiar lo que hiciera falta. Les sonaba muy bien lo que acababa de decir su papi, iban a ser las protagonistas de su propia historia, un cuento real y en femenino.
– ¡Vamos allá! Poneros vuestras capas de reinas y vuestras coronas y vamos a la mesa.
Cubrió sus cuerpos con sus batitas y coronó sus cabecitas con dos diademas que había en un cajón.
Entre risas nerviosas y saltos de alegría salieron corriendo hacia el salón. La abuela, sobresaltada, salió de su letargo y su hermano mayor, con cara de sorpresa, abandonó los últimos remates de sus deberes. Ambos preguntaron:
– ¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo?
– Claro que ocurre. Os presento a la reinas Esther y Paula. Ellas van a presidir la sesión de esta mesa cuadrada y de sus caballeros. Pero antes tenemos que proceder al nombramiento de vuestros seguidores.
Pedro cogió una escoba y se la entregó a Paula indicándole que la dejara reposar en cada hombro de su hermano diciendo las palabras: » Yo te nombro caballero de la corte de las reinas Paula y Esther». Después invitó a la hermana mayor a que hiciera lo mismo con su abuela, pero el rostro de Esther no daba signos de aprobación ante lo que estaba pasando.
– ¡Vamos Esther te toca!.
– Pero papá, Javi es un chico y si le nombramos caballero va a pasar lo mismo que en el rey Arturo. Yo quiero que sea diferente, que sólo haya chicas. Podemos esperar a que venga mamá y seguimos jugando.
Su padre la miró lleno de ternura y con una sonrisa en los labios le explicó que esa noche, ese momento y esa historia iba a ser muy diferente a cualquier cuento que hubiera escuchado. Ellas, como reinas, iban a revolucionar su corte permitiendo que hubiera hombres y mujeres en su mesa cuadrada. Serían unas reinas inteligentes y sabias, por eso se iban a rodear de los mejores sin importar si eran chicos o chicas. No podían permitir que dentro de un tiempo la historia se repitiera y unos niños se plantearan las mismas preguntas que ellas se habían hecho: «¿Por qué las caballeras de las reinas Esther y Paula eran siempre del sexo femenino?». O ¿es que acaso no iban a dejar que sus amigos jugaran con ellas?
Esther, pensativa, fue relajando el gesto y, después de recomponer su «capa», sonrió y volvió a interpretar su papel de reina. La niña miró a su padre y aceptó el nombramiento de su hermano como caballero con una reverencia.
La abuela también fue nombrada caballera y pasó a ocupar su puesto en la mesa cuadrada.
Media hora más tarde los ojos somnolientos de las dos pequeñas reinas dieron por terminada la sesión en la corte. Las niñas dieron las buenas noches y le hicieron prometer a su padre que al día siguiente mamá también formaría parte de su historia.
Después de acostarlas Pedro volvió al salón. La abuela había recuperado su butaca y el relax que había perdido después de tanto juego. Pedro se acercó a ella y acariciándole su pelo, posó sus labios tiernamente en su plateada cabeza.
– Gracias mamá.
– Ha sido muy divertido jugar con las niñas, no tienes por qué dármelas.
– No me refería a eso. Gracias por haberme educado así, por haberles podido enseñar a mis hijos lo mismo que tú me enseñaste. ¡Qué bien lo hiciste mamá! Cuando me obligabas a compartir juegos y juguetes con mi hermana, a poner la mesa…Cuántas veces te habré oído decir la palabra igualdad, que hombres y mujeres eramos iguales.
La madre cogió las manos de Pedro y las besó. Siempre se había sentido orgullosa de su hijo, pero ese día fue un sentimiento más profundo y especial.